Entendamos al melodrama como el género dramático en el que se incide directamente sobre los valores de importancia social, con una gran exaltación de lo circunstancial. Esto es la lucha de valores preestablecidos contra diferentes circunstancias que sirven de obstáculo, exacerbando así los sentimientos y emociones más básicos. La lucha por el triunfo de la verdad, el amor, la justicia o la supervivencia son material melodramático.
Nos dice Javier Marías que ningún partido de futbol, por muy bien jugado que éste sea, será realmente entretenido o emocionante si no se tiene un favorito. Y si a esto añadimos el gregarismo, al compartir estas emociones con familiares, amigos y connacionales, no hacemos más que potenciar aún más los sentimientos. Y qué mejor oportunidad para ejercitar la xenofobia (o en algunos casos la xenofilia) que una justa mundialista. El gozo de ver a los propios luchando a brazo partido por vencer al contrario no tiene parangón, sobre todo si sirve de desahogo a las frustraciones y fracasos en otros campos, y por propios no solamente me refiero a la selección nacional, sino a la que cada uno adopte como su favorita. Y qué decir de la celebración ante un gol, la furia ante una patada injustificada o la sensación de victoria al finalizar el juego. Casi casi es una experiencia catártica. Al fin de cuentas, el futbol es realmente elemental, 22 individuos se enfrentan divididos en dos equipos disputando la posesión de una pelota para introducirla en el marco contario, regido con normas muy básicas. Terreno fértil para una lucha que tras la contraposición de objetivos genere las circunstancias melodramáticas en las que cualquiera que tenga un favorito se identifique y extrapole los valores del triunfo y la derrota. Y lo mejor es que es de a mentiritas. Unos y otros, en la cancha y fuera de ella, gritan, patalean, disfrutan, humillan, alegan y se desquitan hasta el final de la partida; de ahí la celebración dura lo socialmente aceptable, con sus reglamentarias excepciones que inmediatamente son censuradas y hasta reprimidas por la autoridad, de nuevo otro melodrama. Y de ahí a seguir la vida con el pecho henchido o ahuecado. Gozamos viendo a los ganadores besar y levantar la copa y sentimos pena por los vencidos que miran estupefactos la premiación de sus vencedores.
Gracias al mundial, que nos hizo olvidarnos de la triste realidad por unos días, por permitirnos soñar con la victoria, emocionarnos con la coronación al esfuerzo y dejarnos ser voyeristas de las emociones primarias del triunfo y la derrota. Mucho mejor que cualquier telenovela.
Felicidades
ResponderEliminarSiempre es muy grato leer un texto bien escrito, no sólo en cuanto a redacción se refiere, sino también y especialmente, en el manejo de una postura.
ResponderEliminarFelicidades Jaime por tus textos tan reflexivos y provocadores.