(Del gr. ὀξύμωρον).
1. m. Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador.
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Fue difícil escoger el tema, una vez definido… ¿cuál foto?... Aquí vemos a un golfista negro -casi un oxímoron (sea lo que sea que signifique esto, no suena nada bien)- en el momento en que falló, por lo que se puede ver, un golpe vital. Un mal golpe que le ha hecho perder el juego, o el torneo, o la serie de torneos, o los patrocinios, o la mitad de su fortuna o más allá todavía. Se puede adivinar que aparentemente todo iba viento en popa en el juego y en la vida, por eso el fallo es tan estrepitoso. Indudablemente el tipo tendría una vida de ensueño, seguramente una mujer divina, muy probablemente de la raza de de los que sí juegan al golf. Si tiene hijos, habrían de ser preciosos, de esos que toman lo mejor de cada padre.
Seguramente después de este mal golpe el tipo discutirá con la divina mujer, él saldrá de casa como pueda y ella lo perseguirá con un palo de esos con los que juega. Seguramente estrellará su auto de lujo, su vida de lujo. Y todos sus malos golpes saldrán a relucir. Él que era tan bueno, los había engañado a todos, era como todos. Así que ahora dejará de jugar, un tiempo, y se disculpará por sus trasgresiones (“¡¡Ahhh!! Eran muchas”, señalará el flamígero dedo), perderá millones y será un ángel caído. Claro, se había mareado con el dinero, todo era tan perfecto que necesitaba verdadera acción, no soportó el peso de la fama, nadie puede ser así en la realidad, es más fácil llegar que mantenerse, el golfista es un golfo, demasiada testosterona tigre y una larga lista de etcéteras que harán leña del ángel (árbol) caído. Y para perder así, hay que tener mucho que perder. Hasta los márgenes de la foto de REUTERS parecen oprimirlo.
Lo más curioso es que esta historia daría la vuelta al mundo, especialmente el cibernético. Pero aquí en nuestro México lindo y querido, simplemente no tendría ninguna trascendencia. Qué nos importa que un improbable triunfador falle o, en realidad, que una figura pública no sea quien dice ser, eso aquí es pan de todos los días. Nuestra moral, a diferencia de la protestante, es mucho más benevolente y permisiva, aquí nomás te confiesas, y en secreto, y ya está; no pasó nada y hasta lo puedes volver a hacer. Allá te tienes que cuidar y si quieres ser super héroe de verdad o de ficción, debes pagar un precio. Si te llamas Batman, no serás reconocido. Si te llamas Superman, no serás reconocido y tendrás fama de tarado en tu vida normal. Si te llamas Jack y te apellidas Bauer, no serás reconocido y tu vida personal será un desastre, y otra larga lista de etcéteras. En cambio aquí nuestro héroe nacional por excelencia, Santo el Enmascarado de Plata, vence al mal y en sus ratos libres se pasea con una o hasta con dos muchachonas diferentes en cada película y nadie se la arma de tos, asiste al cabaret y recibe un aplauso de reconocimiento a su llegada. Aquí abiertamente les cantamos corridos a los mayores narcotraficantes, trabajo es trabajo pues (La Paca dixit). Nuestros deportistas, mientras más borrachos, parranderos y jugadores, mejor (¿el Cuauh?). Y ni hablar del emérito Juanito. Hombre, ¿el Tigre jugará mal de ahora en adelante? ¡Pues no lo creo! Pero no le hubieran caído esos contratos publicitarios millonarios si no fuera ejemplar, y ahora da mal ejemplo.
Por ahí he escuchado decir “Nos hubieran conquistado los ingleses”. Y sí, la historia sería otra, el país sería otro, y nosotros no seríamos nosotros, o al menos no con sangre indígena nativa, nos hubieran exterminado a todos. En fin; año nuevo, vida nueva.